“A la inversa, hijo, así no, a la inversa”, repetía -más bien rogaba- una y otra vez a sus subordinados el coronel que dirigió a las Fuerzas Especiales de Carabineros en el desalojo de la Municipalidad de Santiago, brevemente ocupada por un grupo de estudiantes secundarios en la mañana del lunes 7 de noviembre.
El coronel se refería así al modo equivocado en que sus hijos-subalternos arrastraban a las niñas y niños amarrados por la espalda hacia una de las hermosas “micros” policiales que adornan nuestra capital. Los “hijos”, tal vez habituados a que la gente camine hacia adelante, donde tienen los ojos, insistían en que estos adolescentes fueran de frente en las escaleras y no de espaldas golpeándose los piés en los peldaños, como les instruía pacientemente su “papá”.
Una de estas micros -¿diseñadas tal vez por la casa Pininfarina?- se detuvo tapando el portón metálico de la Municipalidad, donde los que se iban presos “a la inversa” se habían apretado unos con otros, abrazados y asustados del trato que les esperaba a manos de estos guardianes de la paz social. De este modo, los transeúntes apostados en la Plaza de Armas -y que parecían estar de acuerdo con la ocupación- no tendrían que pasar el día reflexionando sobre quien sabe qué cosas: la elegancia está hecha de detalles, y el coronel de eso se ve que sabe.
“Mi general” -se lamentaba el coronel al teléfono- “los estudiantes están muy agresivos. Se resisten, y hasta han tirado escupos” a sus muchachos, ataviados con casco, visera y blindaje corporal. Imposible saber qué decía mi general al otro lado, pero no sería aventurado afirmar que no fue una frase del tipo: “hijo, son adolescentes, dialogue con ellos, allane el camino para que nadie salga maltratado”. Eso queda para pusilánimes como Guido Girardi, no para los gallardos herederos de César Mendoza. Tal conclusión se desprende de los gritos destemplados de muchachos y muchachas inmovilizadas en el pavimento por cinco y más policías, para amarrar sus muñecas firmemente por la espalda con unos delgados cables de plástico, que también servían para levantarlos, en una especie de elongación extrema y forzada.
Una chica vestida de morado, con la cara aplastada contra unos peldaños, fue objeto de este procedimiento por parte de dos hijos y una hija del coronel. Ella gritaba “no soy delincuente, soy estudiante”. Es difícil saber si había delincuentes allí, pero seguro que -de haberlos- se preguntarían qué ley dice que a ellos sí habría que beneficiarlos con las elongaciones forzadas. De todos modos la niña, sin entender, les espetó a sus benefactores el siguiente epíteto: “pacos culiaos”. Tras esto, fue alzada de las muñecas amarradas y arrastrada “a la inversa” hacia la salida lateral. Es de dudar que esta decisión, tras el trayecto por todo el edificio de la Municipalidad hasta las Pininfarinas apostadas en la calle 21 de Mayo (que es un paseo peatonal), haya contribuido a su bienestar posterior, ya sin la molesta presencia de una cámara que registraba todo el episodio.
Un canoso, fornido y cincuentón funcionario municipal le confesó a uno de los adolescentes que tenía muchas ganas de pegarle. Esto en presencia de y con la aparente aprobación de la Administradora Municipal, doña María Troncoso, quien había colaborado, en calidad de guardián de la puerta, en mantener aislados a dos estudiantes que habían ido a proteger su lienzo colgado del balcón de la sala del Concejo Municipal. Troncoso es una mujer que se las trae. Segundos después de la confesión pugiística del funcionario, en vez de reprenderlo, como hubiese esperado un burócrata normal, intentó destruir la cámara de El Ciudadano por haberla grabado. Poco después diría que ella tiene perfecto derecho a agredir a los periodistas, pues registrar los acontecimientos “lo único que hace es alentar un conflicto que ya está lo suficientemente alterado”.
¿Será que sin la cámara no se habrían llevado a los niños “a la inversa” ni amarrados con cables? ¿No les habrían enterrado las rodillas en la espalda para que no molestaran? ¿Será que sin cámaras habría prevalecido el diálogo y la buena voluntad?
Un reportero se pregunta en estos casos si todo lo que ocurrió no es, en realidad, culpa de su trabajo. De ser asi, la señora Troncoso tiene todo el derecho a golpear y destruir esos costosos equipos, no faltaba más. Otro que comparte esta escuela de pensamiento es un capitán de apellido Reyes. Él y una flaquita tenienta advirtieron al reportero que por instrucciones del jefe de prensa de la Municipalidad, los periodistas no pueden informar desde el edificio comunal (comuna, según el diccionario de la Real Academia, es una “forma de organización social y económica basada en la propiedad colectiva”, pero eso sería tema de un doctorado).
- ¿Dónde se puede informar? – ¡Afuera! – Pero cómo, si afuera no pasa nada, la noticia está aquí.
Nada, el concepto de noticia del capitán Reyes es definitivamente diferente a casi todas las escuelas periodísticas conocidas.
Es de preguntarse qué diría el buen Reyes si al sintonizar las noticias, la televisión le mostrara una pared, una piedra, un perro dormido, un auto estacionado, una ventana abierta (o cerrada), unos autos parados en la luz roja, o una señora comprando lechugas y pepinos, sólo porque un especialista como él resolvió que la cámara tiene que estar en otro lado.
Este Reyes también se las trae. Cuando nadie miraba, se interesó por la cámara. Debe ser un aficionado a los videos. Por suerte no la pudo mirar, pero ojalá vea El Ciudadano TV, para decirles a sus hijos, henchido de orgullo: “el papá está en la tele”.
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